sábado, 31 de marzo de 2012

MUERE EL ESCRITOR HARRY CREWS

Muere en Florida el escritor Harry Crews, a los 76 años
GAINESVILLE, Florida, EE.UU. (AP)

El controvertido escritor de culto Harry Crews, cuyas dificultades y momentos disparatados inspiraron sus violentas historias sobre el sur rural de Estados Unidos ha muerto. Tenía 76 años.
Crews murió el miércoles en Gainesville, Florida, tras padecer una neuropatía, informó su ex esposa Sally Ellis Crews.
"Había estado muy enfermo", dijo a Thea Associated Press el jueves. "De alguna manera fue una bendición, estaba sufriendo mucho", agregó.
Crews también había sufrido en su vida accidentes de motocicleta y tenía los nervios del pie dañados, por lo que en los últimos años había tenido que usar un bastón.
A pesar de todo, su carrera continuaba activa. Un fragmento de sus memorias, próximas a publicarse, fue incluido en la revista Georgia Review y se hablaba de reeditar sus obras, muchas de las cuales dejaron de imprimirse, en versiones digitales.
No era muy famoso, pero quienes lo conocían, ya fuera a nivel personal o a través de sus libros, eran sus devotos. Era un hombre desenfrenado y honesto, que siguió la tradición de Charles Bukowski y Hunter Thompson. Escribió historias sangrientas inspiradas directamente en sus experiencias, que incluían la práctica de boxeo y karate.
"Me han roto la nariz como seis veces", dijo en una entrevista sin fecha con la revista por internet VICE.
"Por mucho tiempo no supe de qué lado de mi cara iba a quedar de un año a otro, pero me gustó boxear por mucho, mucho tiempo y me gusta el karate y me gustan los deportes sangrientos. Me gustan muchas cosas que realmente no son agradables, y que para nada son muy bonitas y que si tienes un mínimo de sentido son totalmente intolerables. Alguien que defienda la forma en la que he pasado mi vida está loco".
Crews escribió 17 novelas, incluyendo "Feast of Snakes" y "The Knockout Artist"; múltiples cuentos y novelas cortas, así como las memorias "A Childhood". También impartió talleres literarios en la Universidad de Florida de 1968 hasta su jubilación en 1997.
También le gustaba decir que si lograba escribir 500 palabras en un día era una buena jornada.

"El trabajo del escritor es desnudarse, no ocultar nada, no esquivar nada con la mirada, su trabajo es mirar a las cosas", escribió. "No parpadear, no estar avergonzado o apenado por ello, quitarse la ropa e ir a dónde está la sangre, donde está el hueso".

CUERPO – HARRY CREWS (CAPÍTULO 1)

UNO
La llamaban Shereel Dupont, que no era su verdadero nombre, y en los últimos tres meses no había tenido la regla, pero no estaba embarazada y lo sabía. No, era mucho mejor y mucho peor que eso. En parte se debía (incluso el nombre que no era su nombre) a los constantes ejercicios con pesas y al andar siempre medio muerta de hambre con una dieta a base de botes de vitaminas, batidos de proteínas y lenguado a la plancha sin sal ni mantequilla. Pero sobre todo se debía a Russell Morgan, al que también llamaban Russell Músculo, pero sólo a sus espaldas, nunca a la cara. Russell era quien la había descubierto, entrenado y bautizado, quien había cambiado todo en ella, hasta el modo de hablar, exigiéndole perder su acento de Georgia, al tiempo que la forzaba hacia una configuración final que sólo él era capaz de ver. No era un hombre de muchas palabras, pero siempre había dejado bien claro que el único que hacía falta que viera y supiera era él.
En el gimnasio, después de la tercera serie en el banco de pesas con setenta kilos en la barra (competía en la categoría de cincuenta y seis kilos), sus pectorales, enjutos y largos como los de un nadador pero tan marcadamente dispuestos y definidos como si se los hubiesen grabado con ácido, quemaban como fuego bajo los senos (cada uno del tamaño de un huevo duro). Aun así, no era suficiente para alcanzar su secreta visión de lo que debían ser. Nunca era suficiente.

–Otra serie –dijo Russell.
–Quema –dijo ella–. Dios, cómo quema.

Russell la observó sufrir, con la respiración agitada y poco profunda, el sonido de otros culturistas bufando y gruñendo a su alrededor y el ruido de los platos de hierro sonando estruendosamente en el aire cargado de motas de polvo bajo las luces fluorescentes.
La miró durante medio minuto, sin expresión en el rostro, y entonces dijo:

–Yo te diré cuándo te quema.
–Me duele, Russell –dijo ella.
–Yo te diré cuándo te duele –dijo él.

Y no le quedaba otra que volver al banco, bajo la barra cargada, para emprender otra serie y todo lo que se requiriese de ella.
Bueno, al menos después de la competición del sábado por la noche podría disfrutar de un pequeño respiro, el que Russell considerase oportuno, en lo relativo al gimnasio. Podría tomar más hidratos de carbono, más calorías y, a la vez que un poco de grasa corporal, reaparecerían sus períodos, a los que, extrañamente, echaba de menos.
Se levantó de la cama en la que había estado tendida tratando de apartar de su mente los gritos y las risas chillonas que le llegaban desde la piscina del hotel que había bajo su ventana, y se detuvo desnuda frente al espejo. Era incapaz de reconocerse. Se volvió ligeramente y no pudo dar crédito al suave corrimiento de músculos que se adherían tirantes a sus finos huesos.
Sólo cuando se encontraba entre otros campeones mundiales (como aquellos que estaban en la piscina dejando pasar el tiempo, del mismo modo que ella, en este día final antes de la competición), sólo entonces podía creerse a sí misma. Ninguna otra mujer del gimnasio donde entrenaba (El Emporio del Dolor de Russell), ni de la ciudad donde vivía, podía siquiera llegar a hacerle creer lo que se había hecho a sí misma.
Sólo cuando se juntaba con los misteriosos otros, llegados de ciudades distantes para exhibirse casi en pelotas frente a un público estruendoso, sólo entonces se daba cuenta verdaderamente de lo que suponía ser especial, especial en lo referente a la sangre, la carne, el sudor y, por encima de todo, el dolor.
Una llave rascó la cerradura de la puerta. Era Russell Morgan, un metro noventa de alto y ciento nueve kilos de peso. A sus cuarenta y cinco años había dejado de competir, pero su presencia, incluso ahora, en ocasiones, con sus ochenta y cuatro centímetros de cuello y ciento treinta y dos de pecho, provocaba reacciones impropias en la gente, como por ejemplo: salirse con el coche de la calzada.
Llevaba puesto un bañador slip y era totalmente lampiño. Usaba Nair para depilarse todo el cuerpo porque la ausencia de pelo hacía que las secciones entre sus músculos lucieran muchísimo mejor.
Sus afiladas pantorrillas tenían forma romboidal y los grandes globos de su pecho se proyectaban bien separados y definidos.
Cuando a los cuarenta empezó a quedarse calvo, se afeitó la cabeza y decidió mantenerla tal cual. Todo o nada, así era Russell Morgan. Se exigía a sí mismo la misma clase de disciplina que exigía a sus pupilos.
Se quedó en la puerta mirando a Shereel, desnuda ante el espejo. Llevaba una báscula de baño en la mano derecha.

–Parece que has ganado peso –dijo.
–Russell, necesito un trago de agua.

Él echó un vistazo a su reloj de pulsera.

–En dos horas podrás beberte un decilitro de agua o chupar cuatro cubitos de hielo, lo que prefieras. Soy un hombre razonable.

Cerró la puerta a sus espaldas, caminó hasta ella y depositó la báscula en el suelo.

–Estoy tan seca que no puedo ni escupir –dijo ella.
–No necesitas escupir, lo que necesitas es secarte. Secarte, secarte y secarte. Deshidratarte. Si bajas a los cincuenta y seis kilos lo ganarás todo. Y vas a bajar a los cincuenta y seis kilos –hizo una pausa–. Súbete a la báscula.
–Oh, Russell –dijo, pero obedeció.

Se inclinó para observar el balanceo de la aguja. Él permaneció totalmente inmóvil, mirando la báscula. Ella vio cómo los músculos de Russell se le tensaban a la altura de los hombros y cómo se le estiraban los tendones en la parte posterior de su enorme cuello, y lo supo.
Con una voz apagada y aterradora, aún más espantosa por su suavidad, dijo:

–Virgen santa, cincuenta y seis y medio. Cuarenta y ocho horas para salir a escena y estás medio maldito kilo por encima de tu peso.
–No lo voy a conseguir, Russell.
–Llegarás. Yo estoy aquí para hacer que lo logres.

Caminó hasta el aparato de aire acondicionado y apagó el ventilador. Luego encendió el termostato de la calefacción y lo puso a tope. Cuando volvió hasta ella se desembarazó de su bañador.
Ella bajó la mirada.

–Por Dios, Russell.

Él dijo:

–Tienes que perder ese peso.

Ella estaba un poco descolocada. Esto nunca había sucedido. Él ya la había visto desnuda. Tenía que verla desnuda para controlar sus excesos, sus ingles, lo bien definidos que estaban sus abdominales inferiores, la delgadez, la simetría, pero nunca había pasado algo así. La desnudez de Russell era una novedad e hizo que algo parecido al terror comenzase a hervir en su corazón.

–Podría ir a la sauna –dijo ella–, podría hacer unos cuantos largos.
–Pero entonces te verían, ¿no? –dijo él–. Y quiero que se caguen la pata abajo cuando te quites la bata para calentar en el backstage antes de salir a escena. Ponerles nerviosos, pequeña, psicología.

Russell nunca dejaba que nadie viera a la chica que presentaba de su gimnasio hasta unos instantes antes de salir a escena, en el backstage. Él mismo había actuado así cuando competía y seguía haciéndolo ahora con quienes entrenaba. Pensaba que eso le daba ventaja.
Se acercó a ella y le tomó la cara entre las manos, unas manos tan gigantescas que parecía que estaban sosteniendo una naranja.
Cada vez hacía más calor allí dentro y las risas y los gritos chillones procedentes de la piscina al otro lado de la ventana aumentaron con el calor. Al menos así se lo pareció a Shereel, con la cabeza atrapada entre las manos de Russell. La meció dulcemente, con ternura.

–Tómatelo como una sesión de entrenamiento –dijo Russell–. Me lo dijo un amigo, Duffy Deeter, y he acabado por creerlo. Follar no es más que otra sesión de entrenamiento.
–Russell, yo…

Él la sacudió, no de forma violenta, pero tampoco con ternura.

–No hables. Escucha. Tienes que poner todo tu corazón en esto. Tu corazón. Tienes que currártelo. ¿Quieres agua? ¿Quieres chupar un agradable y fresco cubito de hielo? Pues aquí es donde te lo tienes que ganar. Gánatelo aquí o no lo obtendrás.

Y así, allí mismo, en la asfixiante habitación del Hotel Blue Flamingo, en el centro mismo de Miami Beach, se inició una danza bizarra por un decilitro de agua, una ofensiva violenta llena de requiebros y retorcimientos que hizo que la cabeza de Shereel retumbase como un campanario. Russell la manipuló con la misma facilidad con que hubiese manejado a una niña sin dejar de exhortarla: “¡Cúrratelo, maldita sea, cúrratelo!”.
Pero aun poniendo todo su empeño, lo único en lo que ella podía pensar era en que su madre y su padre, junto a sus dos hermanos, su hermana y su antiguo novio (quizá todavía su novio) venían conduciendo desde el sur de Georgia para asistir al espectáculo del fin de semana. Nunca la habían visto competir, no lo entendían, pero habían visto fotos que ella misma les había enviado de su participación en otras competiciones, tenían curiosidad y además la querían.
Sin embargo, gradualmente, el chapoteo de la piscina se fue transformando en su cabeza en un decilitro de agua y aquel minúsculo vaso de agua se llevó por delante tanto las imágenes de su familia como las de lo que estaba haciendo allí, en la cama que las fuertes estocadas y sacudidas de Russell acababan de romper. Él ya estaba bañado en sudor cuando ella perdió clara y completamente la cabeza y su cuerpo comenzó a mostrar la primera, casi imperceptible, humedad.
Destrozaron la mayor parte de los muebles de la habitación mientras Russell resoplaba y aullaba como un loco:

–¡Eres una maldita campeona! ¡A currárselo! ¡Pierde peso! ¡Adelgaza!

Puesto que su consumo de líquidos había sido cuidadosamente supervisado, jamás hubiera podido imaginarse que llegaría a sudar como estaba sudando ahora, pero cuando por fin acabaron en el suelo entre los restos de la destrozada mesita, estaba más empapada que Russell. Y había sido él quien había abandonado, boqueando en busca de aire. Sangraba por los largos y delgados arañazos que le recorrían la espalda y las piernas. Había sufrido golpes en sus hipermusculados hombros, golpes que más tarde se convertirían en feos moratones. Pero Shereel no lucía ni una sola marca, su delicada piel estaba tan suave e inmaculada como siempre. Pues en el curso de todos los retorcimientos y retrocesos, encorvamientos y embestidas, Russell había tenido mucho cuidado de no dejar en ella la menor señal de forcejeo. De poco serviría echar a perder la carne que había traído hasta allí para alzarse con el título.

–Suficiente –dijo en un suspiro ronco y entrecortado–. Ya estamos donde necesitábamos estar.

Y así era. Cuando se subió a la báscula pesaba cincuenta y cinco y medio. Sólo cuando vio el peso se le ocurrió pensar que durante todo el revolcón (obligándola a volverse una y otra vez, deteniéndose en su cabeza, en sus pies, en su espalda, en su vientre), en ningún momento la había besado. No es que deseara que lo hubiera hecho. Pero es que nunca se la habían follado sin besarla. (Su hermano, para hacerla rabiar, solía decir: “¿Sabes por qué no se besa a una vaca cuando te la follas? Porque la boca te queda a tomar por culo. Ja, ja, ja”.)

–Puedes beberte un decilitro y medio de agua.

Se volvió hacia él, el rostro tenso, enseñando los dientes:

–¡Sólo quiero medio decilitro! Y deja puesta la calefacción.
–De acuerdo –gritó Russell–. Finalmente has cogido el toro por los cuernos.

Fue entonces cuando la besó, un largo beso que no notó que ella le permitió, pero sin corresponderle.

FANTE. UN LEGADO DE ESCRITURA, ALCOHOL Y SUPERVIVENCIA – DAN FANTE

Sajalín presenta: FANTE. UN LEGADO DE ESCRITURA, ALCOHOL Y SUPERVIVENCIA – DAN FANTE
Las vidas de John Fante y de su hijo, Dan Fante, son muy distintas pero muy parecidas en lo esencial: su pasión por la escritura y su debilidad por el alcohol. En Fante. Un legado de escritura, alcohol y supervivencia, Dan Fante traza la historia familiar desde el sur de Italia hasta los barrios de inmigrantes de Colorado y Los Ángeles, donde un joven John Fante empecinado en escribir novelas lucha para conseguir reconocimiento literario, hasta que harto de no obtenerlo sucumbe a los suculentos cheques que el Hollywood de la época dorada le entrega a cambio de sus guiones. Un padre, John, amargado por el fracaso de su vocación y con un carácter explosivo; y un hijo, Dan, descubridor precoz de la mala vida que a los veinte años escapa de las tensas relaciones familiares huyendo sin un céntimo a Nueva York, son el eje narrativo de unas memorias en las que Dan Fante imprime el ritmo de sus novelas. En Nueva York seguiremos a Dan en su carrera de trabajos extravagantes y hazañas alcohólicas, de la que solo será rescatado, veinticinco años más tarde, por la escritura.

Incluye treinta y dos fotografías en B/N de la familia Fante

«Si escribir es pelear, entonces Dan Fante aguanta quince asaltos de pie sin problemas. La fascinante historia de supervivencia y pasión por la vida y la escritura de dos tipos duros.» Michael Connelly

«La historia definitiva de una vida turbulenta y repleta de alcohol contada por el hijo de un icono de la literatura norteamericana.»Kirkus Review

Traducción
Federico Corriente Basús
Colección
Al margen
1a edición
26/03/2012
ISBN
978-84-939076-5-5
Páginas
423
Precio PVP
22,50 €

OBRAS PÚBLIKAS - LOGROÑO CIUDAD

Obras Públikas, Programa TVE A Tope.

RUBBER MASKS – MIGUEL ÁNGEL MARTÍN

Título: Carpeta Rubber Masks
Autor/es: Miguel Ángel Martín
Tipo de obra: Obra gráfica, Autor
Técnica: Serigrafía
Soporte: Papel Conqueror Connoisseur 300 gramos
Dimensiones: 15x15 cm
Tamaño de mancha: 15x15 cm
Tirada: 99 ejemplares firmados y numerados
Año: 2012
Editado por: Vidas de papel

"Una máscara nos dice más que una cara" Oscar Wilde

Miguel Ángel Martín ha creado en exclusiva para Vidas de papel esta carpeta compuesta por 6 serigrafías a 2 tintas sobre papel Conqueror Connoisseur 300 gramos.
La carpeta exterior está serigrafiada a 1 tinta sobre papel Tintoretto Ceylon Black Pepper 350 gramos.
Serie numerada y firmada de 99 ejemplares del 1 al 99.
Miguel Ángel Martín ha creado en exclusiva para Vidas de papel esta carpeta compuesta por 6 serigrafías a 2 tintas sobre papel Conqueror Connoisseur 300 gramos.

La carpeta exterior está serigrafiada a 1 tinta sobre papel Tintoretto Ceylon Black Pepper 350 gramos.

Serie numerada y firmada de 99 ejemplares del 1 al 99.

Editada por Vidas de papel.

Precio de la carpeta (6 serigrafías): 29,90 euros

viernes, 30 de marzo de 2012

FRAGMENTOS DEL LIBRO “RELATOS DEL HUMO (y hachís) – PEPE PEREZA (EDITORIAL ORIGAMI)

…Salí del despacho y cerré la puerta. Noté la mirada de los oficinitas y clavé la mía en el suelo. La vergüenza que sentía era de tal magnitud que me arrepentí de no haberme arrojado a las vías del tren. Ahí, en la oficina, todo el mundo era consciente de que yo había intentado robar a la empresa. Seguí mirando al suelo, deseando que éste se abriese, me tragara y ser digerido a las profundidades del infierno. Seguro que aquello no es peor que esto, pensé. Con agrado le hubiera dado mi alma al diablo si a cambio me hubiese sacado de aquella oficina. Deseé esfumarme, convertirme en polvo y volar lejos de allí. ¿Por qué cuando tuve ocasión no me arrojé a las ruedas del tren? ¿Por qué?... De pronto escuché una voz familiar, era la de mi padre. Alguien lo había avisado por megafonía para que se presentase en las oficinas. Mi primer pensamiento fue el de saltar por una de las ventanas, atravesar el cristal, caer al vacío y romperme el cuello contra el asfalto. Antes de que pudiera dar el primer paso, mi padre extrañado de verme allí se dirigió a mí.

- ¿Qué haces aquí?

Bajé la cabeza y me quedé mirando la punta de mis botas. Gracias a mi silencio intuyó que algo malo había pasado. Levantó el tono de su voz y me preguntó de nuevo.

- ¿Qué coño haces aquí?

¿Por qué no me arrojé al tren? Si lo hubiera hecho ahora no tendría que estar pasando por esto, de haberlo hecho ahora sería carne picada, la carne picada no siente miedo ni vergüenza…

(Fragmento del relato “El robo”)


… Me dirigí hasta el individuo, me acuclillé junto a él y le susurré al oído.

- Con que quieres jugar. Muy bien, juguemos.

El enfado y la droga soltaron a la bestia oculta. Noté la adrenalina fluyendo por mis venas y un reconfortante instinto malsano se fue apoderando de mí. Acumulé saliva dentro de la boca, después dejé caer el espumarajo sobre sus parpados cerrados. Le estaba poniendo a prueba pero no se movió. Volví a susurrarle.

- Esto es sólo el principio.

Era fácil ser malvado. Le abrí la boca y escupí dentro. El hombre siguió sin moverse.

- ¿Sigues fingiendo, eh?... No pasa nada, continuemos. Yo me estoy divirtiendo.

Sacar la parte oscura era liberador y me hacía sentir bien. Además, la droga potenciaba mi sed de mal.

- Me voy a mear en tu cara… no, mejor aún, te voy a reventar los huevos.

Le cogí de una pierna y la aparté, hice lo mismo con la otra, es decir, se las abrí para que sus genitales quedasen al descubierto y sin protección. Volví a acuclillarme junto a él y le dije al oído:

- Despídete de tus pelotas.

Examiné su cara por si se le escapaba un mínimo gesto que lo delatase. No fue el caso.

- Tú lo has querido.

Me incorporé y le rodeé colocándome frente a sus genitales. Me lo tomé con calma. Si el tipo estaba fingiendo, y yo sabía que sí, intuiría que de un momento a otro le iba a reventar el escroto, y quería ver su reacción.

(Fragmento del relato”LSD”)


…El sol se perfilaba en las siluetas de los edificios y la luz cambiante del alba teñía de ámbar y grana el conjunto de nubes que flotaban por encima de los tejados. Las cigüeñas volaban hacia los basureros y los aviones dejaban líneas blancas en el cielo como si fueran rayas de cocaína sobre un espejo. Yo disfrutaba del espectáculo desde mi ventana, sujetando con ambas manos una taza de café y un porro en la comisura de los labios. Desde la ventana tenía una amplia panorámica de la ciudad. Cuando el sol se asomó por encima de los tejados percibí en la cara una caricia de luz y calor que me hizo estremecer. Las semanas anteriores habían sido una retahíla de días grises y lluviosos, por eso la presencia de un sol primaveral era tan de agradecer. Expulsé el humo y contemplé anonadado la simbiosis de las volutas y los fotones de luz. Ver amanecer era de mis espectáculos preferidos y siempre que podía desayunaba delante de la ventana admirando el acontecimiento. Sin duda era la mejor manera de empezar el día. Estuve así hasta que llegó la hora de ir a trabajar...

(Fragmento del relato “Un día cualquiera”)


…En la playa no había demasiada gente. Busqué un sitio en la arena y me senté frente a la orilla. El olor a salitre fue el bálsamo que necesitaba para sentirme en paz. El calor del sol y la brisa marina me fueron sumiendo en un agradable sopor. Tuve la necesidad de fumar pero preferí seguir aspirando el perfume del mar. Hundí las manos en la arena, profundizando con los dedos cual raíces que tratasen de anclarme a aquel lugar. Según removía la arena noté cómo algo se colaba en mi dedo anular. Desenterré la mano y vi que llevaba un anillo de oro. Aquello no dejaba de ser un hecho extraño y maravilloso. Algo así como si la ciudad y yo nos hubiésemos prometido, y ella, para sellar nuestro compromiso me hubiera desposado ajustándome el anillo en el dedo…

(Fragmento del relato “Últimas escenas en Barcelona”)


…Cada vez hace más frío. Gotas de rocío se condensan en las carcasas de las farolas, lágrimas de oro que caen a mis pies. Oigo un batir de alas y levanto la cabeza para ver la majestuosa silueta de un búho buceando bajo las estrellas. Toda esa belleza esconde una mortal estrategia de caza. El depredador exhibiendo maestría, a la espera de que la presa quede subyugada por su embrujo. Finalmente me enciendo el cigarro y dejo que el humo y la nicotina se mezclen con el vapor de mis pulmones. El viento golpea las copas de los chopos al llegar a lo alto de la colina. Quiero apretar los dientes con fuerza, hacerlos rechinar, pero me conformo con un escalofrío cobarde. Paso por debajo del puente de hierro y de inmediato recuerdo cuando era un niño y cruzaba este mismo puente para acudir a las piscinas municipales. Amparado por la nostalgia del momento lanzo la colilla al suelo, con rabia, y la pisoteo como si fuera un gusano inmundo…

(Fragmento del relato “Frío”)


Prólogo: David González
Fotografía cubierta: Capear
Figura Origami: Óscar Cardeñosa
Correctoras: Adriana Bañares Camacho & MJ Romero
Editorial: Origami

Pídelo en la siguiente dirección:

10 CABECERAS

miércoles, 28 de marzo de 2012

PERVERTIDOS EN IMPRENTA

PervertiDos ya está en imprenta, eso quiere decir que en pocas semanas lo podrás encontrar en tu librería favorita.

A continuación la nómina de pervertidos que os vais a encontrar en este nuevo volumen de Parafilias ilustradas:
Victoria R. Gil, Víctor Lorenzo, Raquel Valenzuela, Eulalia Arayo, Jorge Fornés, Ricardo Álamo, María Jesús Campos, Nerea Ferrez, Alberto Olmos, María José Codes, Carla Fernández, María Zaragoza, Javier Benardino, José Vicente Pascual, Carlos López, Manuel Astur, Norberto Luis Romero, Eugenia Alcázar, Fernando Clemot, Carlos Jiménez, Raquel Vázquez, Marisa Mañana, Agustín Calvo Galán, Juan Antonio Gallego, Laia López Manrique, Javier Crux, Josep Asensi, Lola Roig, Juan Carlos Márquez, Ana Vega, Juan Vico, Almudena Hidalgo, Luisa Hurtado González, Mikołaj Kownacki, Miguel Ángel Fraga, Iván Humanes, Luis Morales, Sara Lew, Txani Rodríguez, Gsús Bonilla, Javier Serrano, Saturnino Rodríguez, Sergi Bellver, Alejandra Acosta, Jesús Esnaola, Komixmaster, Bluttie Kat, Teresa Hernández, Pepa Merlo, Margarita Lliso, Martín Gardella, Paco Gris, Paula Lapido, Ángeles Prieto Barba, Hugo Clemente, Salonoet, Fuensanta Niñirola, Eduardo Moga, Pepe Pereza, G. Pérez Gastón “Luna”, Rafael Becerra, Cristina Gálvez, Joaquín López Cruces, Culbert Moreno, Dante Bertini, Roberto Valencia, Francisco Enríquez Muñoz, Iván Izquierdo, David Roas, Miguel Osuna, Álex Chico y FHNavarro.

Selección a cargo de J. A. López, con la inestimable ayuda de Sergi Bellver.

Todos sabemos que hoy en día está prohibido fumar en casi todos los sitios, uno de los pocos lugares donde está permitido es el interior de un libro. Aprovechando el vacío legal me he permitido el lujo de fumar hasta hartarme dentro de estas páginas, no conforme con eso, he obligado a mis personajes a que fumen también, de hecho, abras por donde abras el libro, seguro recibirás una bocanada de humo en la cara. Pero no nos llevemos a engaños, ni el humo, ni el tabaco, ni siquiera el hachís, tienen verdadera consistencia dentro de la narración, no dejan de ser un atrezo que acompaña a los protagonistas, un fútil instrumento del que me sirvo para aglutinar y dar unidad a las dieciocho historias que componen el libro. Y si hay un elemento que de relevancia a estas historias, ese, sin duda alguna es: la soledad. Pero cuando hablo de soledad no lo hago en sentido peyorativo, todo lo contrario, hablo de la soledad como recompensa, como alimento del alma. Esta búsqueda de la soledad es el motor que pone en marcha los mecanismos de la acción, la verdadera motivación de los personajes.

Concretando un poco más, señalaré que el libro está escrito en primera persona y se divide en tres partes, la primera y más extensa se refiere a esos relatos de no-ficción que son autobiográficos. Este periplo narrativo de mi vida abarca desde los trece años hasta los cuarenta y cinco. Y en ellos dejo reflejado mi interés juvenil por los libros de aventuras y los cómics de súper-héroes, mis primeras experiencias con las drogas, el descubrimiento crucial de escritores como Bukowski, mis andanzas en el mundo de la interpretación y, finalmente, mi encuentro con la literatura.

La segunda parte del libro se titula Híbridos. En estos relatos ficción y realidad van de la mano y terminan confundiéndose la una con la otra. Cuentan el agobio de un conductor al tener la certeza de que va a sufrir un accidente mortal, el funeral de la persona amada con sorpresa final, alguien que termina en comisaría por defender a unos patos, un accidente doméstico al intentar rasurar un pubis, la llamada de una ex novia pidiendo un encuentro para engendrar un hijo y las andanzas de un hacker que se cuela en el disco duro de una importante editorial con la intención de camuflar su impronta en los libros de sus escritores favoritos.

La tercera parte del libro los relatos son, única y exclusivamente, de ficción. En esta sección me he permitido jugar con los géneros narrativos y he tocado la serie negra, el humor y la aventura.
En términos generales esas son las credenciales del libro.


Que siempre con la voz personal del escritor, estos relatos en unos casos recuerdan al Kerouac más viajero, en otros al escritor maldito por excelencia de la literatura norteamericana: Bukowski, y en alguno a la dureza y violencia extrema y sin sentido de ciertos párrafos de Hubert Selby Jr…

Una calidad que ya quisieran para sí muchos escritores en su debut en letra impresa.

David González (Fragmento del prólogo)


Prólogo: David González
Fotografía cubierta: Capear
Figura Origami: Óscar Cardeñosa
Correctoras: Adriana Bañares Camacho & MJ Romero
Editorial: Origami

Pídelo en la siguiente dirección:

TE ESCRIBIRÉ UNA NOVELA – JOSÉ ÁNGEL BARRUECO - FRAGMENTOS

Te escribiré una novela, pensé. Como si ella estuviese delante.

Me encontraba sentado a la mesa de una de mis cafeterías favoritas, puliendo sueños sobre la madera de roble en la que terminaba un café. La superficie sufría de heridas y desconchones. Heridas y cicatrices como las que custodiaban mi corazón.

**

Ella nunca leía. Y yo me desgañitaba con una vieja pluma y un cartapacio de folios en escribir novelas que dejaba a medias, en procrear con la tinta y dar a luz los versos más tristes o bellos, como los atardeceres de cementerio o los vuelos inquietos de las mariposas. Quería crear algo. Necesitaba forjar un universo de papel para ella. Al final, todos los esfuerzos se clausuraban en la papelera y, a mis veintinueve años, aún no había terminado un libro; pero sí muchos cuentos que ella apenas hojeaba. Por eso pensé: “Te escribiré una novela”.

**

Estuvimos conversando un rato. Y era como si quisiéramos sepultar el mundo y la fragilidad de las personas y sus miserias con muchos litros de café y prosas dispersas en cuadernos. Porque el mundo, estaba claro, no lo íbamos a arreglar ninguno de los dos. Y a mí la pala de enterrador me pesaba tras la tarde previa, cuando con un “Creo que ya no te quiero” se me deshizo el nudo de la felicidad, y las vísceras de la alegría se me desparramaron por el escroto y el ano, y me cayeron en los zapatos con un tonelaje de hierro que me jodió los dedos de los pies e hizo que al estómago le faltase algo, como si me lo hubieran vaciado de repente y por dentro sólo resonaran las escobillas giratorias que vemos en los desiertos y en los pueblos abandonados.

**

Por la taberna comenzaron a cruzar tipos armados hasta los dientes de soledad y abandono. Todos ellos presentaban caretos en los que el tiempo y la miseria moral había esculpido a su antojo, dejándome a la vista una legión de cadáveres llenos de encías medio podridas, bolsas enfermas de insomnio y de fealdad, narices como castillos ruinosos, orejas mugrientas en las que parecían haberse refugiado los murciélagos, pómulos y mejillas infartados por el susto de topar con un vampiro, bigotazos grandes como buques fúnebres, tripas kilométricas y desmesuradas y por cuyas superficies ella y yo podríamos haber caminado con temor al cansancio, manos de cíclope y de ogro con un refuerzo de uñas embestidas por el acoso de la mugre y el cansancio de la vida cuando es dura y tiene visos de cuchillo.

Ese desfile ruinoso me deprimió un poco. Antes soportaba esas visiones: ambos nos reíamos de ellos, de sus escombros y derrumbes faciales. Pero aquella noche, delante de la cuarta o quinta cerveza, pensé que podría terminar convertido en un fulano de esa prosapia. Y no me gustó.


Pedidos:

Cortado y pegado de aquí:

NO HAY TIEMPO PARA LIBROS (NADIE A SALVO) - DAVID GONZÁLEZ

NO HAY TIEMPO PARA LIBROS (NADIE A SALVO) – DAVID GONZÁLEZ – EDITORIAL ORIGAMI
el verano


durante el verano,
y con vistas al invierno:
las hormigas trabajan:


las cigarras no:
las cigarras no saben qué es eso:


trabajar:


cuando llega el invierno:
y a diferencia de lo que se nos cuenta
en la fábula de jean de la fontaine:
estos insectos hemípteros
no padecen
ni hambre ni frío:


cuentan con el afecto impersonal:
impuro:
e interesado
de ciertas hormigas:


ciertas hormigas
con vocación de cantariellas:


ciertas hormigas
que ignoran:


leer nunca fue lo suyo:


que las cigarras,
después de adultos
solo viven


un verano:


y no pensaban en nada más que en sobrevivir, el cómo les resultaba ya indiferente:
thomas bernhard


No hay tiempo para libros (Nadie a salvo), de David González. Editorial Origami, 2012.

Pídelo en la siguiente dirección:
http://www.editorialorigami.com/tienda/index.php?route=product/product&product_id=56

CULT MOVIES en QUÉ LEER

DOLORES DE POESÍA EN LOS BARES - LEÓN

EL TREN VERTICAL CON ÁNGEL MUÑOZ (VOLTIOS)

DÍA DE LA POESÍA EN LA CASA MUSEO LOPE DE VEGA CON OLAIA PAZOS Y LUCAS EL KOALAPUESTO

CÓMICS CANGREJO ROJO

lunes, 26 de marzo de 2012

Y MÁS FOTOS DE LA PRESENTACIÓN

Volta Café

Antonio Díez Fernández

José Ángel Barrueco & Esteban Gutiérrez Gómez

Ana Patricia Moya

Jorge Barco

Elena Jimenez Parra

Antonio Huerta

José Ángel Barrueco

Marwan

Adriana Bañares

El Domador de Meusas en acción

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